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La generación perdida explicada por Vera Brittain

Cuando estalló la Gran Guerra, lo viví no como una tragedia superlativa, sino como la exasperante interrupción de mis planes personales.

Vera Brittain en Malta

Hay un grupo de escritores a los que se conoce como La Generación Perdida. Aunque los estudié ya en el bachillerato, he tenido que leer a Vera Brittan para entender con más profundidad el por qué de «generación perdida».

El camino duramente ganado hacia la libertad se cortó para mí cuando en el otro extremo de Europa una bomba serbia mató a un archiduque austríaco. 

En su Testamento de Juventud (Testament of Youth, 1933) Vera Brittain relata sus días como enfermera voluntaria durante la Primera Guerra Mundial, primero en Inglaterra y más tarde en Malta y Francia. Virginia Woolf sintetizó el libro como una historia sobre cómo Vera «perdió a su prometido y a su hermano mientras ella manipulaba las entrañas de los heridos de guerra, comía sobras y tenía visiones de personas fallecidas»; aun así, Woolf reconoció el gran valor testimonial de sus 600 páginas.

El libro se lee como una elegía por una generación de hombres y de sueños. Cuando Vera retomó sus estudios en Oxford al terminar la guerra, sus compañeros la veían como una veterana empeñada en contar las penurias y heroicidades en el frente. Hasta que notó que no interesaban tanto como la causa irlandesa, las expediciones al Everest o la apertura de la tumba de Tutankamon.

El inevitable choque generacional disminuye, también de forma inevitable, con el paso de los años. 

La vuelta a la normalidad en el Londres de la posguerra estuvo plagada de decepciones para las mujeres como Vera, y en general para la causa femenina. Su labor salvando vidas en hospitales de campaña no fue suficiente para que se las reconociese como enfermeras. Y cuando se aprobó el derecho al voto de las mujeres (1918) se limitó a las mayores de 30, temiendo un peso desproporcionado del voto femenino en una franja de edad que se había quedado con muy pocos hombres.

En la posguerra la neurosis bélica se había transformado en miedo – miedo a los resultados incalculables de causas imprevistas; miedo a la pérdida de poder para los que lo poseían; miedo, por tanto, a las mujeres. 

En el libro, Vera Brittain incluye interesantes episodios que se contaban durante la guerra, como cuando los bandos decidieron no dispararse: Una vez, cerca de Ypres, ambos frentes acordaron no dispararse. Para que pareciera que luchaban, siguieron usando sus rifles, pero apuntando al aire.

O cuando algunas mujeres intentaban reencauzar sus vidas con anuncios en el periódico como este que apareció en la Agony Column del Times: Dama cuyo prometido ha muerto en el frente estará encantada de casarse con un oficial que se haya quedado ciego o incapacitado por las heridas de guerra.

Nuestra generación pasará a la historia como la primera en entender que ninguna persona puede vivir aislada del mundo  […] La generación de la guerra volvía, a la fuerza, a la vida, pero seguía poseída por el sentimiento desesperado de que la vida es corta. 

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